jueves, 27 de enero de 2011

AUSTERIDAD: LA CORTESÍA DEL POLÍTICO (a propósito de este año electoral)




            Cortesía, palabra que va perdiendo el rumbo en la Argentina Siglo 21. La violencia, la grosería o la cínica indiferencia -entre otras conductas- casi han extinguido el ejercicio de la cortesía, que siempre ha sido una satisfacción de ida y vuelta. Circunstancia que, en todo caso,  no resulta ni buena ni mala: la realidad es (y siempre lo será)  la implacable verdad cotidiana, aunque los nostálgicos añoren el pasado y los idealistas luchen por los cambios a futuro. Mientras tanto y por sobre todo y todos, la realidad se impone con su vigencia inoxidable, con sus mutantes circunstancias entre las cuales señala hoy una concreta devaluación de la cortesía.
            De ese acto que, por definición, necesita imperativamente del otro tanto o  más que de uno mismo; ese otro al cual se le demuestra la atención que se merece, el afecto  que se le tiene o el respeto con el que se le valora. Ese otro que eventualmente, pueden ser todos los “otros”.
            Se atribuye a Luis XIV haber dicho que  La puntualidad es la cortesía de los reyes”. El sólido Ortega y Gasset, a su turno, sentenció: “La claridad es la cortesía del filósofo”. Cortesía para con el otro, que eran sus lectores, sus oyentes en clase o, tal vez, accidentales escuchas de sus conferencias; cortesía que deberían practicar no sólo los filósofos sino -principalmente- los profesores de filosofía  y también todo aquel que dirija un aula de secundaria o un claustro universitario, postmodernos literatos, determinados periodistas, varios ensayistas lacanianos y, naturalmente, los políticos. Pero aunque esté en su patrimonio, la claridad no sería cortesía del político porque -y según Ortega- ya está instalada como deber y característica del filósofo.
            ¿Cuál podrá ser, entonces, la cortesía del político?
            Descartada la puntualidad y la claridad, que ya tienen dueño, podría indagarse acerca de otras cortesías atribuibles a la clase política. La cercanía, por ejemplo. Caminan estrechando manos de vecinos, sonríen a cada quien, besan infantes y lactantes y hacen cosas por el estilo. Pero debe descartarse por no resultar una constante sino  sólo un cuadro temporal en momentos de elecciones. Por otra parte esa cercanía se diluye a medida que asciende de nivel el político, como ya lo explicó Hans Magnus Enzenberger: a mayor responsabilidad política mayor encapsulamiento del sujeto: custodias, vuelos especiales, rutas liberadas por escoltas, agendas de horarios rígidos. A mayor encumbramiento menos conoce los temas básicos de la vida como el precio del tomate, el viajar en ómnibus, el descifrar los trámites municipales necesarios para pagar una multa, sacar un permiso o retirar ese auto que secuestró la grúa.
            ¿La sinceridad? Tampoco, decía Thomas Beckett que la sinceridad es un cálculo como cualquier otro, con lo cual quedarían igualados  los políticos sinceros con los fríamente calculadores, mímesis que impediría distinguir los corteses de los que no lo son.
             Tal vez  -y sólo tal vez- la cortesía del político pudiera ser la austeridad. Dominando los sentidos, refrenando las pasiones,  llevando una vida sobria y de estilo sencillo, evitando monólogos autorreferenciales en las entrevistas y no exhibiendo vanidades frente a la TV, sería un político cortés. Si esa conducta, además, continúa cuando ya es legislador o  gobernante, lograría poseer  un importante activo de cortesía, de respeto y  afecto hacia el otro, esos otros que multiplicados forman la comunidad en la cual, para la cual (y a veces de la cual) vive el político.         
            Cortesía que, seguramente, le será devuelta por la comunidad finalizado el período -breve, mediano, extenso- que cumpla en su paso por la función pública, y que percibirá en la calle, en el supermercado o en tantos otros lugares a donde irá como un ciudadano más. Igual que esos otros a los cuales, cuando estuvo en campaña o en funciones les brindó la cortesía del político: su austeridad.

Armando J. Frezze

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martes, 25 de enero de 2011

UNA ORDENANZA INCONSTITUCIONAL Y LA INVASION DE CAMIONES A LA CIUDAD DE SALTA




          Pesados camiones con acoplados  siguen rompiendo cada día el pavimento de la ciudad de Salta, dañando vehículos y causando accidentes, hoy igual que hace diez años y que hace veinte también. Nada ha cambiado. Un vano intento de solución motivó en el año 2005  la sanción de la Ordenanza 12.631, pero fue más de lo mismo, al seguir ausente la decisión  política orientada a impedir  -realmente-  el ingreso de los camiones a las zonas de la ciudad que les están vedadas, a hacer cumplir a rajatabla la prohibición que disponían el Decreto 751/69 o el 607/92 o la derogada Ordenanza 5843/90 o los instrumentos que hoy los hayan reemplazado (acceder al texto de las normas municipales es también todo un tema).  Si se hubiera impedido ese ingreso con eficacia durante los casi cuarenta años que corrieron desde el primer decreto citado, si hubiera sido inflexible la restricción a ingresar a zonas no habilitadas, entonces la transferencia de cargas hubiera ocurrido, necesariamente, en lugares periféricos de la zona urbana y sin duda, toda una actividad del sector privado se hubiera ocupado de ofrecer los servicios principales y secundarios que requiere una playa de transferencia de cargas, sea pequeña, mediana o grande. Hoy el problema no existiría.



Pero décadas de controles ineficaces y sanciones nunca aplicadas, llevó a imaginar como una solución a la ordenanza 12.631 indicada, que creó y dispuso el uso obligatorio de la Terminal de Camiones y Playa de Transferencia de Cargas,  para ser utilizada por los vehículos que lleguen o partan de la ciudad de Salta  y que superen las ocho toneladas de peso, incluida la carga. 
La Ordenanza, además de sospechosa, resultó tan ineficaz como las normas que la habían precedido en el tiempo: hoy, después de cinco años de su sanción, el ingreso de los grandes camiones continúa igual que siempre, a vista y paciencia de todos los vecinos. Se desplazan por los lugares que les parece y en los horarios que mejor les acomodan. Quienes viven en aquella cuadra donde funcione un corralón de materiales, un supermercado o una panadería, por poner unos pocos ejemplos, son sufrientes testigos de esta infracción cotidiana, que resulta doble tanto por el lugar por el que acceden –prohibido- cuanto por el horario muchas veces no autorizado de descarga. 


Además,  el remedio fue peor que la enfermedad: la Ordenanza descubrió que la transferencia de cargas es un servicio público. Así lo declara en su primer artículo y por eso se la califica como sospechada y sospechosa. En los breves renglones de sus inconsistentes fundamentos confunde el concepto jurídico de servicio público con la necesidad –que es real- de combatir la inseguridad vial y el desorden vehicular en calles y avenidas. Pero esos problemas no se solucionan inventando tan extraño “servicio público” que propone  un sistema monopólico, ya que sus artículos están todos dirigidos a una sola, única y excluyente Terminal de Cargas, la cual deberá ser concesionada por la Municipalidad. Pasando por alto que transcurrió un lustro y nada se ha hecho,  la Ordenanza es claramente inconstitucional por no respetar  la garantía que tiene todo habitante de ejercer cualquier actividad lícita, como sería la playa de transferencia y como lo es una playa de estacionamiento común. Para colmo de desaguisados,  la Ordenanza cita en su primer artículo como justificante la Ley Marco Nº 6435, pero ocurre que ese número corresponde a una modificación del Estatuto Docente… Los comentarios huelgan.
Una solución más realista hubiera sido una conducta seria en el tema por parte de la Municipalidad de Salta durante las últimas cuatro décadas, cumpliendo con su obligación de  impedir el ingreso de los camiones y ejercitando las facultades sancionatorias que le son propias. Porque las Ordenanzas municipales -por sí solas- serán inconstitucionales o nó, pero nunca serán mágicas. 


Armando J. Frezze

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viernes, 21 de enero de 2011

LA ROTONDA DE LA MUERTE

                La Plaza de las 23 Provincias, también denominada Plaza C. Frías y coloquialmente conocida como “la segunda rotonda de Tres Cerritos” también tiene otro apelativo: los medios la bautizaron la “Rotonda de la Muerte”.

                El origen del tétrico apelativo tiene origen en la enorme cantidad de accidentes viales  graves allí ocurridos.  Y que seguirán ocurriendo,  a juzgar por su estado actual.
                 Una detallada mirada a la enorme circunferencia muestra que los árboles del lugar que están colocados en su perímetro,  han sido tradicionalmente descuidados durante su crecimiento por el municipio capitalino y en algunos casos invaden el espacio que corresponde a la calzada donde el tránsito automotor es intenso y constante.  La heridas y desgajaduras que muestran troncos y ramas evidencias que fueron violentamente dañadas; lo grave es que el promedio de la altura de esos “invasores botánicos” corresponde a la altura de un motocilista promedio. Daños en alturas mayores comprueban a su vez que en ocasiones el daño lo produjo la caja de un camión o la carrocería de una van.


                 Es un peligro potencial  muy serio en una rotonda en la cual –pese a los tres reductores de velocidad instalados- los vehículos circulan a gran velocidad, los peatones carecen de “su calle en la calle” como se les nombraba alguna vez a las sendas peatonales. Ésta pintadas para su inauguración, de escaso mantenimiento, se han desvanecido con el tiempo, haciendo  para los peatones incierto el lugar en el cual tienen derecho a cruzar – y la prioridad correspondiente-  e inseguro porque al no verlo, los vehículos no lo respetan.  Una foto que muestra esta plaza en el sitio Google Hearth, expone casi sin querer esta deficiencia.
                 En caso de accidente, la responsabilidad será de la Municipalidad de Salta por ser –siempre lo ha sido- la encargada institucional tanto de la señalización vial como de la cuestión arbórea.

                Pero una imagen vale por mil palabras. Las fotos que acompañan este texto, que no es una crítica sino un pedido de más seguridad vial, son más que explícitas acerca del peligro potencial que allí existe a la fecha tanto para peatones como para automovilistas.




Armando J. Frezze

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martes, 18 de enero de 2011

LA MONEDA, UNA FORMA DE SOBERANÍA


(Publicado en El Tribuno de 
Salta, el sábado 15 de enero de 2011)



                Se le conoció como “Operación Bernhard” según algunos o según otros como “Operación Krüger”. Los detalles hoy no importan, sólo prevalece el sentido que tuvo esa operación militar alemana intentada durante la segunda guerra, para incorporar una nueva arma al escenario bélico. Novedosa por cierto: no formaba parte de la parafernalia explosiva que destrozaba físicamente al enemigo, se trataba de algo mucho más sutil, algo que ayudaría a Alemania a solventar sus gastos de guerra –era 1942 y el esfuerzo comenzaba a sentirse- y al mismo tiempo llevar al caos las economías de Inglaterra y EEUU, sus principales enemigos. El arma: libras esterlinas y dólares estadounidenses falsificados por y en Alemania. Aunque la guerra terminó cuando recién  empezaban a circular las primeras libras apócrifas la operación Bernhard inspiró un par de libros  e incluso una película alemana, “Los Falsificadores”, realizada en 2007 y ganadora al año siguiente del Oscar a la mejor producción de habla no inglesa.
                Este recuerdo aparece justo ahora, de la mano con las hipótesis de conflicto que la Argentina asumió durante todo el Siglo 20 respecto de Brasil y Chile. Con Chile en los años setenta la hipótesis no se convirtió en tesis por cuestión de horas. La hipótesis de conflicto con Brasil era mucho más antigua; nació con la fundación en 1680 de  la Nova Colônia do Santíssimo Sacramento  -hoy simplemente Colonia- frente a Buenos Aires, una de las causales que motivó la creación del Virreinato del Rio de la Plata. Durante esos tres siglos alguna vez el conflicto se concretó. En 1825 el emperador del Brasil Pedro I declaró la guerra a las Provincias Unidas del Rio de la Plata y en diciembre de ese año una escuadra brasileña bloqueó el Rio de la Plata.
Aunque la concordia regresó en octubre de 1828, las hipótesis de conflicto persistieron.
Por ese motivo las provincias del litoral no se beneficiaban con el progreso caminero o ferroviario, subsistía el  temor a una invasión brasileña, en la mitad del Siglo 20 la estrategia defensiva respecto de un ataque aéreo priorizó la defensa de la Ciudad de Buenos Aires y de las instalaciones militares desde donde podía desplegarse el poder aéreo argentino.
                Hoy esos temores conjeturales ya no existen, los pueblos hermanos se siente unidos por un destino común. Sobre esa base,  en los últimos años se limitó hasta lo irrazonable el presupuesto, el entrenamiento, la operatividad y el prestigio de las fuerzas armadas de la Nación. Decisiones políticas que podrán o no compartirse, pero con esa misma falta de visión  geopolítica  se llegó ahora al desatino de entregar a un estado extranjero una expresión de soberanía, como para cualquier nación es la emisión de su moneda.
 Más de trece mil millones de pesos argentinos están siendo impresos por la República Federativa de Brasil, decisión que los analistas políticos en los medios calificaron como “insólita”.
                Y dado que las hipótesis de conflicto daban lugar a los juegos de guerra a fin de probar nuevos conceptos, tecnologías, teorías y otros modos de derrotar, o neutralizar, al enemigo, esta curiosa situación actual podría conformar la base de un nuevo modelo de juego de guerra. Aunque un ataque armado resulta impensable, Argentina y Brasil pueden verse enfrentadas en lo económico, como ocurrió en 1999. Brasil ingresó al Siglo 21 reemplazando el concepto internacional de Latinoamérica por el de América del Sur, haciendo real la UNASUR y erigiéndose en el líder regional indiscutible. Elementos suficientes para formular un modelo de juego en el cual un país entrega la emisión de su moneda a otro país que, por razones de liderazgo económico regional,  decide en determinado momento acopiar billetes para -eventualmente- esparcirlos en vuelos nocturnos sobre el territorio extranjero, para el caso Argentina, volando sobre  lugares no estratégicos y por tanto débilmente defendidos; billetes que una vez recogidos y puestos en circulación lleven al caos a la no siempre ordenada economía argentina. El modelo considera que los aviones militares argentinos son pocos y los pocos que hay vuelan escasas horas, que la radarización del espacio aéreo es casi inexistente, como lo prueban pequeños aviones de narcotraficantes que cotidianamente dejan caer en el suelo del NOA y del NEA su carga de cocaína. 


                La hipótesis de conflicto económico es improbable, tan improbable como que lo argentino estuviese involucrado en la antes referida película “Los Falsificadores”; sin embargo lo está. La narración fílmica se apoya de inicio a fin en clásicos tangos argentinos, interpretados en armónica por Hugo Díaz con arreglos vanguardistas; al santiagueño su participación en la producción alemana también le hubiese sonado improbable: había muerto diez años antes.
                La vida está plagada de improbables, pero no de imposibles.   

Armando J. Frezze

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