Versión ampliada de la columna
publicada en el diario El Tribuno,
en la edición del sabado 23/2/2013
Los
festejos y los bicentenarios se arremolinan y se confunden entre sí como parte de un sueño que enlaza largos
fines de semana, turismo continuo y espectáculos gratuitos con tufilloa circo romano. Un
sueño en el que lo accesorio termina desplazando a lo principal.
Porque
lo principal de esas celebraciones era homenajear los iniciales intentos de
unidad nacional, de organizar el estado mediante una Constitución, ese sueño perseguido por la Asamblea
Constituyente del Año 13, sueño por el que luchó Belgrano en Salta, sueño que recién fue
parido cuarenta años más tarde, en 1853.
Con
dificultades el objetivo iba concretando, la Nación creció fortificando por
medio de las instituciones necesarias
para su desenvolvimiento a medida que las necesidades lo imponían. La organización estatal resultaba ineludible
porque los hombres –por indispensables y patriotas que fueran, un día morían-
pero las instituciones no. Era verdad que la organización vence al tiempo, como
dice el apotegma atribuido a Perón pero acuñado
siglos antes con las primeras sociedades comerciales de personalidad jurídica
independiente.
Pero
en estos tiempos ese proceso se ha demorado, una degradación institucional ocurre sin prisa
y sin pausa, producto de las acciones del Gobierno Nacional kirchnerista y de
las conductas de los diputados y senadores que las acompañaron; así se advierte
una grave declinación de instituciones de importancia para el buen funcionamiento
del Estado.
Algunas,
como la Vicepresidencia de la Nación , humillada por la falta de idoneidad moral de su titular, otras, como la Auditoría General de la Nación, ignorada
por el Gobierno, desprecio que la tragedia de Once hizo público al poner sobre el tapete los dictámenes que lo auguraban. Otra es la
Procuración General de la Nación, en la cual se intentó con toda desvergüenza
nombrar como titular del órgano, al que la Constitución define como
“independiente”, al Síndico General de la Nación Daniel Reposo, quien
públicamente reconocía su obediencia ciega a la Presidenta. Ni lamentable papel
que hizo ante el Senado, ni su currículum falseado ni el fracaso político de la
Presidenta al no lograr imponerlo, le llevaron a imaginar una ética renuncia a la sindicatura que ejerce, renuncia que tampoco le fue solicitada por la Mandataria.
El
Banco Central es otro botón de muestra: el nombramiento de su Presidente es por
seis años y requiere acuerdo del Senado, sin embargo el pliego de Mercedes
Marcó del Pont fue congelado en la Casa Rosada, hecho irrespetuoso que no ha
motivado sin embargo su renuncia. El paradigma de la declinación institucional
es la trayectoria del Instituto Nacional
de Estadística y Censos, sus servicios son esenciales para tomar cualquier
decisión de gobierno, nacional o provinciales, Pero el INDEC ha desaparecido de
la faz de la tierra como organismo creíble, descalificado incluso internacionalmente.
Tanto para conocer las falencias educativas como para ponderar las
oportunidades de inversión de capital o para cualquier otro tipo de decisión
que necesite la gestión pública o privada, los datos del INDEC siempre fueron
confiables. Hoy está en ruinas y es objeto de burla callejera. La Procuración
del Tesoro, centenaria y prestigiosa, hoy la dirige una abogada carente de
antecedentes y trayectoria, cuyo único mérito es haber sido miembro del
Tribunal de Cuentas de Santa Cruz. La Inspección de Personas Jurídicas es otra
institución que dejó de ser confiable: el extravío de expedientes de
constitución societaria, que antes no ocurrían, comenzaron cuando fueron requeridos judicialmente en las causas Ciccone y Shocklender.
Suficientes ejemplos para comprobar el hecho
perverso que los origina: el reemplazo paulatino de las instituciones por la mera
voluntad presidencial.
El kirchnerismo también desbarató la tradicional
política partidaria y hasta los mismos partidos, una institución que tanto
Néstor como la Presidenta señalaban necesaria tanto para la vida democrática
como para acceder al poder. La
Presidenta en la Plaza de Mayo el 18 de junio 2008 y Néstor Kirchner en la UOM el 3 de julio siguiente advertían a sus
opositores que para poder criticar debían formar primero un partido y luego
ganar elecciones.
El
discurso de Cristina Kirchner siempre tuvo como prolija característica la
supresión referencial de Perón y del
Partido Peronista, casi hasta lograr que pasaran a segundo plano y sólo figurara
ella, eventualmente su agrupación La Cámpora, como los únicos ejes. Pero ocurre
que ni fundó otro partido ni aceptó, rompiendo la tradición, ser presidenta del Partido Justicialista, cargo
que hoy sigue vacante. Soló alentó la
consigna de “Cristina Eterna”. Hoy ya no tiene reelección posible, carece de
heredero político, el partido peronista no forma parte de sus afectos, no ha formado
un partido cristinista puro y desde hace un tiempo gobernadores peronistas la
enfrentan por diferentes motivos. El Peronismo Federal, por su parte siempre
fue público oponente al autoritarismo
kirchnerista. Este panorama indicaría que ha comenzado, sin duda, el período del pato
rengo. Los abucheos y silbidos que en Salta le obsequiaron a su vicepresidente elegido a
dedo al igual que los escuchados ayer en Plaza de Mayo en el acto del aniversario de la Tragedia de Once, no son los primeros ni serán
seguramente los últimos.
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