El título de abogado es un requisito excluyente para ser juez, pero ya no exclusivo; en el Siglo 20 sólo hacían falta ciertos años de edad y de profesión, en este Siglo 21 la sociedad comenzó a aumentar sus exigencias para el ejercicio de la función judicial, reclamando bastante más que conocimientos sobre el derecho, la doctrina y la jurisprudencia o saber redactar coherentemente una sentencia.
Los jueces hoy -incluidos los profesionales que aspiran a serlo- deben tener información de hecho adecuada sobre aspectos básicos de la comunidad a la que pertenecen y en la cual no solo transcurre su vida sino sobre la que influirán sus decisiones: cada sentencia es un acto de gobierno, considerando que el gobierno tiene tres ramas y la judicial es una de ellas. Así los jueces deben asumir un compromiso con el cambio que exigen los tiempos actuales, cambios acontecidos en la sociedad argentina y en el mundo. Por su parte la sociedad quiere conocer de que modo y manera el juez se informa sobre su realidad cotidiana, que diarios lee, que literatura -aparte de la jurídica- y eventualmente también, cual es su ideología política. Porque la idea de un magistrado neutro, prescindente, apolítico es un concepto que pertenece al pasado, como pertenece al pasado aquel apotegma que pontificaba: “Los jueces sólo hablan por sus sentencias”. Los magistrados de este Siglo 21 han comprobado que la acción judicial no es neutra, que tiene características políticas (en sentido institucional, no partidario) y pueden acarrear consecuencias de ese tipo. Los juicios a las Juntas o las decisiones de la Suprema Corte en el complejo entramado de protección medioambiental del Riachuelo son ejemplos de ello; los magistrados aceptan que, junto con su independencia, deben asumir un compromiso de responsabilidad social, que es una forma de ayudar a la evolución del derecho, si desean cumplir cabalmente con las necesidades de justicia que les reclama hoy la sociedad contemporánea, que cada vez más mira con mayor atención y detalle la tarea del juzgador.
También es una realidad de este siglo 21 la cultura de la urgencia; cuyo esbozo en Argentina germinaba hace cincuenta años con las primeras acciones de amparo -los casos Siri y Kott- y que hoy se han consolidado en procedimientos especiales y abreviados, situaciones en las cuales la percepción que tenga el magistrado de su comunidad determinará el acierto o el fracaso del trámite, hechos y normas que obligan a considerar los nuevos paradigmas de justificación de las decisiones, superando los criterios tradicionales.
El poder judicial está en condiciones de llevar adelante, sin apartarse una coma de la ley, una revolución social más profunda que el resto de las instituciones políticas si cuenta con magistrados capacitados a la vez que sensibles a la realidad social. Sin llegar a convertirse en jueces mediáticos, sin formular pronósticos sobre las causas a su cargo, su compromiso con la comunidad -y el interés de ésta sobre ese compromiso- les obliga a una apertura hacia los medios de comunicación todas las veces que sea necesario, aunque sin resignar su rol de prudencia. En el siglo pasado los jueces fueron ilustres desconocidos para el hombre común y las noticias judiciales, breves y aisladas, usualmente estaban limitadas al género policial. Pero en esta Argentina del Siglo 21 el escenario ha cambiado; la crónica política cotidiana resulta en buena parte –y valga como ejemplo- ser una crónica de lo judicial, es noticia frecuente y con idéntica frecuencia los ciudadanos aplauden o condenan decisiones judiciales, en ejercicio de un control informal cuya existencia y efectividad no puede ser ignorada. Algo parecido sucede con la información económica, la de seguridad y el medio ambiente.
La búsqueda de la excelencia y de la eficacia es otro objetivo de los magistrados modernos; sentencias realizadas con perfección intachable pero tardías no son, al igual que las sentencias veloces pero siempre revocadas por el Tribunal Superior, el ideal de una justicia eficaz ni eficiente.
Definir el perfil sicológico del magistrado según la función a cumplir, resulta el requerimiento más novedoso para los jueces del siglo 21. Varias provincias legislando sobre la selección o sobre los Consejos de la Magistratura pertinentes así lo han considerado; lo que para un cargo puede ser una debilidad, en otra función puede constituir una fortaleza. La entrevista sicotécnica –que no es un exámen de salud mental- pondera determinadas cualidades requeridas para ejercer la judicatura, como la comprensión de la realidad sociocultural, el grado de individualismo, de coherencia conceptual, de creatividad, de permeabilidad a otros criterios, de imparcialidad y de independencia de criterio, la capacidad de liderazgo, de trabajo, la madurez y apertura mental, el compromiso con el cambio, el poder de decisión y la predisposición a actualizarse, el confiar en sus colaboradores, la capacidad de escucha y de consenso, grado de control de sus impulsos y emociones, seguridad en sus decisiones laborales y muchos otros puntos que exceden el mero conocimiento del derecho, tienen que ver al final con la eficacia de la gestión judicial.
Probablemente exista hoy un conflicto de culturas judiciales, la del pasado y la del tiempo futuro, la esperanza reside en que, de existir ese conflicto, el resultado configure un mejor modelo de administración de justicias para todo ciudadano.
Estas reflexiones, publicadas el año pasado en el diario El Tribuno de Salta, señalaban una suerte de “conflicto de culturas judiciales” dentro de la misma estructura de la Justicia, entre los que podrían llamarse los jueces del Siglo XX y los del Siglo XXI. Los indicios, al menos en la justicia nacional, parecen indicar que el progreso existe y que se puede ser optimista.
Tomo como ejemplo la actitud, el tono del discurso y el sentido de las propuestas que mostró ayer –miércoles 23 de febrero de 2011- el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Ricardo Luis Lorenzetti en el acto que se llevó a cabo en la Sala de Audiencias de la Corte Suprema de Justicia, con motivo de la apertura del año judicial, una actitud novedosa que el Dr. Lorenzetti repite por cuarta vez. Su discurso revela que alienta principios tradicionales, como afirmar que "los jueces deben ser independientes y no se pueden sentir presionados" o pedir que "no se judicialice la política ni se politice la Justicia" pero también incorpora pensamientos de progreso, al pensar "en un Poder Judicial activo, pero que no gobierne". No siempre se tiene presente que el Presidente de la Suprema Corte no es un primus inter pares, sino que la representa y que en consecuencia la cabeza del Poder Judicial, que es uno de los tres poderes del estado, es la Suprema Corte. De modo tal que es el Alto Tribunal el que muestra una actitud propia del Siglo XXI, sin importar la edad de sus jueces. De ese modo la comunidad sabe lo que piensan quienes conducen poder judicial, conocen su visión de la realidad nacional y de su rol institucional. En este caso particular, en el día de ayer supimos que además, que los embajadores de Francia, Brasil y Alemania estaban entre la concurrencia demostrando su interés en conocer también aquella visión, y que el discurso moderado dijo también que se inauguraba un año que seguramente estará signado por los temas políticos y electorales y por muchas causas en las cuales los magistrados tendrán, quiéranlo o no, un protagonismo esencial. Y el arco temático abarcó desde la necesidad de establecer políticas de estado, señalando que el resolver "los grandes problemas estructurales no proviene de un dirigente iluminado, sino que se solucionan con la participación de los tres poderes" hasta temas novedosos, al comunicar que el Centro de Informaciones Judiciales del Poder Judicial publicará videos en YouTube "porque así los jueces llegan a los jóvenes".
Aquellos jueces que hablaban con voz de oráculo y sólo por sus sentencias fueron buenos magistrados para su época, pero el Siglo XXI tendrá jueces con perfil acorde a nuevos desafíos, tecnologías y cultura nacional. Parafraseando a Ortega, la justicia argentina en el Siglo XXI, será ella, en su nueva circunstancia.