Publicado en el diario El Tribuno, Salta, en 31 de enero de 2013
Bicentenario del inicio de sesiones de la Asamblea del Año XIII
Texto original
Solo
los humanos acuerdan reglas de
convivencia, que van perfilando su identidad grupal y que al ser respetadas por
todos, con el paso del tiempo se traducen en la cultura de un pueblo, en la
identidad nacional-
Organizarse
para la vida en común es una conducta que se advierte desde los albores de la
humanidad, al principio las reglas eran pocas y simples; se prohibían una serie
de conductas –los tabúes- cuyo quebranto
se castigaba con mayor o menor rigor según el caso. La pena más grave era la
expulsión del grupo, desamparo que en aquellas deshabitadas regiones
significaba una muerte segura.
Fue
en siglos relativamente recientes que esos
grupos –no todos- iniciaron su organización política, basada –no siempre- en
textos escritos. Ese consenso general de
las reglas básicas de convivencia para determinado territorio y determinado conjunto
humano es lo que se conoce hoy como
una Constitución. Resultó imperativo entonces para ese conjunto
de habitantes de Suramérica que el 25 de Mayo de 1810 resolvió cambiar su
sistema gubernativo, se encaminara hacia el paso siguiente que era organizarse como nación.
Inauguró
esa movida la convocatoria a una Asamblea, que Buenos Aires realizó hizo al
interior en 1812, al año siguiente la idea se concretaba el 31 de enero de
1813, al instalarse en el edificio del Consulado la Asamblea General
Constituyente y declarando que “en ella reside la representación y ejercicio de
la Soberanía de las Provincias del Rio de la Plata”. Casi una fórmula
independentista; de hecho en mayo aprobaba
la “Marcha Patriótica” de Vicente López y Planes, hoy Himno Nacional
Argentino. Su obra fue vasta, compleja y
trascendente. No es del caso inventariarla ahora, lo que merece resaltarse en
cambio, es el marco general de su tarea y las consecuencias que provocó: con la
Asamblea del Año XIII se inicia la ardua evolución de las instituciones
políticas, económicas y sociales de la Argentina, cuyo destino fue profundamente
debatido y perfilado en los discursos escuchados durante los Congresos y
Convenciones Constituyentes de 1816-19, 1824-27, 1828, 1853, 1860, 1866, 1898,
1949, 1957 y 1994. Fue la matriz que permitió iniciar la configuración del ser
nacional, la creación de los marcos jurídicos que ampararían derechos y
libertades, fue delinear camino por
donde debía discurrir la vida –agitada y sangrante en ocasiones- de esta “nueva
y gloriosa Nación”. Fue una matriz con virtudes y con defectos, como toda obra
humana.
A
la Asamblea, valga como ejemplo, se convocaron dos diputados por provincia,
salvo Buenos Aires que se reservó concurrir con cuatro representantes. Las ciudades del interior, en cambio, debían enviar
un diputado cada una. Pero a Tucumán –que dependía del Cabildo de Salta- se le
invitó a presentar dos diputados, una “honrosa distinción por el triunfo
glorioso del 24 de Septiembre de 1812”. Todavía faltaban 20 días para la
Batalla de Salta.
Con
la Asamblea del Año XIII se inicia de modo orgánico la búsqueda de los caminos
para la organización nacional con participación popular, aunque todavía
restringida. Se afirma que para que florezca el bienestar un pueblo no debe
estar ni demasiado unido ni demasiado dividido. El exceso de unidad puede
conducir a la tiranía, el exceso de división, a la decadencia. La vastedad del
territorio argentino y la precariedad de las comunicaciones pudo haber alentado
el segundo de los peligros, pero las ideas, los medios y los objetivos
debatidos desde la Asamblea en adelante permitió sortearlos, incluidas aquellas
luchas civiles, esas que alejaron a San Martín definitivamente de su tierra natal.
Pero
hoy aquella Asamblea del año XIII no debe ser juzgada en su imperfección sino valorada en lo que fuera su misión
organizadora, tarea aún inconclusa porque, aunque no haya necesidad actualmente
de modificar la Constitución vigente, debe trabajarse –y mucho- para restaurar algunas de sus más importantes instituciones, resquebrajadas en sus marcos jurídicos y
políticos, y por sobre todo ocuparse de las que han naufragado en lo ético.
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