Desde inicios del 2012 la gente comenzó a mostrar signos de
hastío y lo iba haciendo saber; no hacían falta encuestas para advertirlo. Las
quejas provenían de personas comunes, algunas que habían votado a la Presidenta
y otras que no.
Los motivos eran varios, para Capital Federal y conurbano
bonaerense la inseguridad, para el interior el deforme federalismo que aplicaba
el Gobierno a su arbitrio, para todo el país los sueldos deteriorados por la
inflación excesiva –negada aún hoy por el Gobierno- y para muchos lugares del
país las obras que nunca llegaban, como el caso del tren urbano en Salta
Capital, al cual sólo una tragedia -no por lejana menos lamentable- motivó que
empezara a funcionar después de años de espera.
Un desconcierto inicial tuvo lugar cuando el discurso amable
de la Presidenta que en la campaña de 2011 prometía mejorar el diálogo y el
consenso, tuvo una metamorfosis brutal en 2012, al convertirse el Gobierno Nacional en una suerte de patronal
estatal que en pos del confeso objetivo “vamos por todo” clausuró los últimos
vestigios de diálogo político, convirtió a su mayoría en el Congreso de la
Nación en un disciplinado cuerpo que repetía un monótono discurso único y fue
una eficiente ametralladora de normas legales, impidió casi inmoralmente la
investigación judicial de los hechos de corrupción, siendo el más significativo
el de Amado Boudou, defenestró al Procurador General de la Nación pretendiendo
reemplazarlo con el titular de la Sindicatura General, personaje tan obsecuente
e impresentable que hasta los mismos senadores oficialistas se negaron a darle
el acuerdo. Pero ninguna palabra ni
comentario salieron de la boca de la Presidenta sobre este hecho como tampoco sobre
la corrupción en general, sobre las investigaciones judiciales que avanzaron
sobre su vicepresidente, sobre la inflación, y sobre tantas otras cosas que
interesan al ciudadano de a pie.
Y llegó ese momento en que la gente se cansó del todo.
Se hastió del discurso mandón y a veces grosero, se empachó
de oír autoelogios y aplausos grabados, se cansó de la cadena nacional
narcisista. Se alteró al ver que cada día el estado se entrometía más y más en
la vida privada de las personas. Los porteños se cansaron de verse diariamente
perjudicados sin motivo por el gobierno nacional y los bonaerenses por verse
repetidamente humillados. En el resto de las provincias el retobo tuvo igual
origen: la desarticulación del federalismo que el gobierno nacional llevaba a
cabo, sin pausa y sin rubores.
Pero también se cansaron los mansos habitantes del país de
la ausencia de representación con la que la clase política –tanto la
oficialista como opositora- los castigaba. La oposición siempre mostrando las
mismas caras, con el mismo discurso y llegando siempre a ninguna parte. Hubo
cansancio de que se repitieran Patricia Bullrich y Pino Solanas, Solá y Carrió,
Binner y Alfonsín. La oposición estuvo vacía de representación, de liderazgo,
de esperanzas y de rumbos y también motivó hartazgo en el habitante común.
Se hastió la gente
de cierta justicia federal, de la impunidad de algunos acusados y del
descaro de algunos magistrados. Se
cansó –intuitivamente- de esa política exterior carente de timón, que hizo
enemistar al país con más de medio centenar de estados, incluido el Uruguay
hermano, algo impensable pero real.
Y entonces la gente contradijo a la Presidenta y salió a la
calle en todo el país, con manifestaciones populares, barulleras pero mansas,
hechas de familias y no de militantes. Contradijo a la Presidenta al demostrar
que aún sin intervención de los grandes medios, el pueblo sabe y puede
comunicarse con efectividad. Que sin dirigencia política –o quizás a causa de
su ausencia- puede salir a la calle, expresarse en paz y volver a casa después
de haberse hecho escuchar. Las manifestaciones del interior contradijeron la
atroz idea que del federalismo adolece la Presidenta y varios gobernadores.
Retrucaron también el
principio
oficialista que estableció que pensar distinto era “poner palos en la rueda”.
Quizá el disparador que lanzó de repente a la calle a tantos
portadores de motivos silenciados, fue
la advertencia que Cristina Fernández
de Kirchner hizo al pueblo argentino por cadena nacional, al afirmar que debían
temerle, no importando si mucho o poquito. Esa atrevida manda de la Presidenta
tuvo una elocuente respuesta en todo el país en la noche del pasado jueves.
Ella, que reiteradamente ha dicho no necesitar de interlocutores
para comunicarse con el pueblo, sabrá entender el mensaje que éste ha enviado.
Y deberá inexcusablemente responderle, porque de lo contrario, será aplicable el viejo proloquio: el que calla
otorga.
Ampliación de la nota que con el título "Sorpresiva y Espontánea Respuesta" publicó el diario El Tribuno, de Salta, en la edición del Sábado 15 de septiembre de 2012
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