viernes, 21 de septiembre de 2012

S13 - EL QUE CALLA OTORGA





Desde inicios del 2012 la gente comenzó a mostrar signos de hastío y lo iba haciendo saber; no hacían falta encuestas para advertirlo. Las quejas provenían de personas comunes, algunas que habían votado a la Presidenta y otras que no.
Los motivos eran varios, para Capital Federal y conurbano bonaerense la inseguridad, para el interior el deforme federalismo que aplicaba el Gobierno a su arbitrio, para todo el país los sueldos deteriorados por la inflación excesiva –negada aún hoy por el Gobierno- y para muchos lugares del país las obras que nunca llegaban, como el caso del tren urbano en Salta Capital, al cual sólo una tragedia -no por lejana menos lamentable- motivó que empezara a funcionar después de años de espera.
Un desconcierto inicial tuvo lugar cuando el discurso amable de la Presidenta que en la campaña de 2011 prometía mejorar el diálogo y el consenso, tuvo una metamorfosis brutal en 2012,  al convertirse el Gobierno Nacional en una suerte de patronal estatal que en pos del confeso objetivo “vamos por todo” clausuró los últimos vestigios de diálogo político, convirtió a su mayoría en el Congreso de la Nación en un disciplinado cuerpo que repetía un monótono discurso único y fue una eficiente ametralladora de normas legales, impidió casi inmoralmente la investigación judicial de los hechos de corrupción, siendo el más significativo el de Amado Boudou, defenestró al Procurador General de la Nación pretendiendo reemplazarlo con el titular de la Sindicatura General, personaje tan obsecuente e impresentable que hasta los mismos senadores oficialistas se negaron a darle el acuerdo.  Pero ninguna palabra ni comentario salieron de la boca de la Presidenta sobre este hecho como tampoco sobre la corrupción en general, sobre las investigaciones judiciales que avanzaron sobre su vicepresidente, sobre la inflación, y sobre tantas otras cosas que interesan al ciudadano de a pie.
Y llegó ese momento en que la gente se cansó del todo.
Se hastió del discurso mandón y a veces grosero, se empachó de oír autoelogios y aplausos grabados, se cansó de la cadena nacional narcisista. Se alteró al ver que cada día el estado se entrometía más y más en la vida privada de las personas. Los porteños se cansaron de verse diariamente perjudicados sin motivo por el gobierno nacional y los bonaerenses por verse repetidamente humillados. En el resto de las provincias el retobo tuvo igual origen: la desarticulación del federalismo que el gobierno nacional llevaba a cabo, sin pausa y sin rubores.
Pero también se cansaron los mansos habitantes del país de la ausencia de representación con la que la clase política –tanto la oficialista como opositora- los castigaba. La oposición siempre mostrando las mismas caras, con el mismo discurso y llegando siempre a ninguna parte. Hubo cansancio de que se repitieran Patricia Bullrich y Pino Solanas, Solá y Carrió, Binner y Alfonsín. La oposición estuvo vacía de representación, de liderazgo, de esperanzas y de rumbos y también motivó hartazgo en el habitante común.
Se hastió la gente  de cierta justicia federal, de la impunidad de algunos acusados y del descaro de algunos  magistrados. Se cansó –intuitivamente- de esa política exterior carente de timón, que hizo enemistar al país con más de medio centenar de estados, incluido el Uruguay hermano, algo impensable pero real.
Y entonces la gente contradijo a la Presidenta y salió a la calle en todo el país, con manifestaciones populares, barulleras pero mansas, hechas de familias y no de militantes. Contradijo a la Presidenta al demostrar que aún sin intervención de los grandes medios, el pueblo sabe y puede comunicarse con efectividad. Que sin dirigencia política –o quizás a causa de su ausencia- puede salir a la calle, expresarse en paz y volver a casa después de haberse hecho escuchar. Las manifestaciones del interior contradijeron la atroz idea que del federalismo adolece la Presidenta y varios gobernadores. Retrucaron también el
 principio oficialista que estableció que pensar distinto era “poner palos en la rueda”.
Quizá el disparador que lanzó de repente a la calle a tantos portadores de motivos  silenciados, fue la advertencia que  Cristina Fernández de Kirchner hizo al pueblo argentino por cadena nacional, al afirmar que debían temerle, no importando si mucho o poquito. Esa atrevida manda de la Presidenta tuvo una elocuente respuesta en todo el país en la noche del pasado jueves.
Ella, que reiteradamente ha dicho no necesitar de interlocutores para comunicarse con el pueblo, sabrá entender el mensaje que éste ha enviado. Y deberá inexcusablemente responderle, porque  de lo contrario, será aplicable el viejo proloquio: el que calla otorga. 

Ampliación de la nota que con el título "Sorpresiva y Espontánea Respuesta" publicó el diario El Tribuno, de Salta, en la edición del Sábado 15 de septiembre de 2012 


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