El pasado sábado 22 de septiembre
Ariel Torres, editor del Suplemento Tecnología del matutino La Nación, dedicó
su habitual columna semanal a un personaje casi desconocido para los
argentinos, Scott Fahlman, bautizándola con un título imposible de pasar por
alto: “El hombre que nos enseñó a sonreír”.
Teniendo en cuenta la crispación general que hoy se apodera de la
población, empujando a algunos a manifestarse en la calle contra la gestión del
gobierno nacional, y recibiendo como respuestas más crispación todavía al ser
llamados “gusanos” (un ex diputado nacional) o advertidos que “pasarán sobre
nuestros cadáveres” (un actual diputado nacional), creo que es bueno volver la
mirada a algo que nos una a los argentinos, aún en el disenso, y el buen humor
es una gran herramienta.
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“Los emoticones son una ciencia,
mire. De hecho, fue un investigador de inteligencia artificial quien los
inventó, Scott Fahlman, de la Universidad de Carnegie Mellon. Lo entrevisté en
2009 ( www.lanacion.com.ar/1159337
), y estos días, revisando esa columna, caí en la cuenta de que las caritas
cumplían ¡30 años!
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Fahlman creó los emoticones para
evitar malentendidos en los foros electrónicos de Carnegie Mellon. Una idea
brillantísima, porque una carita transforma la reconvención en
complicidad, siembra el doble sentido, sugiere la ironía y suaviza la crítica.
Es un decir sin palabras que responde a un hecho obvio, pero fácil de obviar:
el chat es un diálogo sin entonación, gestos ni expresiones faciales. Sin
mirarnos a los ojos. Sin siquiera bajar la vista. Al revés que otras propuestas
previas para marcar bromas y sonrisas, las combinaciones :-) y :-( de Fahlman
prendieron enseguida. Treinta años después no podríamos vivir sin sus smileys,
como él prefiere llamarlas.
Se le ha observado a Fahlman que
los grandes escritores nunca necesitaron de emoticones para expresarse. Scott
refuta con elegancia estos dichos en su sitio sobre los emoticones ( www.cs.cmu.edu/~sef/sefSmiley.htm
); por mi parte añadiré, con menos gallardía, que esta crítica es delirante.
Por supuesto que los escritores también necesitan emoticones. De hecho, los
usan en el chat. Los evitarán en la literatura, a lo sumo, y esto, por dos
motivos.
Primero, porque la mayor parte de
la literatura fue escrita antes de 1948, cuando la primera sonrisita gráfica
hace su debut en una película de Ingmar Bergman, Hamnstad.
Segundo, porque los textos
epistolares son escasos. Esto quiere decir que en general los narradores están
en primera o en tercera persona. Más simple: si Juan quisiera hacer lo mismo
que un escritor sonaría tan inadecuado como una máquina tragamonedas en un
convento. Nada más imagínese que, en lugar del típico Hola, Ana :),
escribiese algo como:
Hola, Ana -dice Juan con una
sonrisa que expresa su alegría por verte. Mínimo, Juan pasaría por un
trastornadito con las destrezas de socialización de una ojiva nuclear.
Pero hay algo más.
En general sabemos que los autores
escriben para nosotros, pero que no nos escriben a nosotros (ni siquiera en el
género epistolar). Así que la función de los guiños, propia del diálogo y
sujeta al contexto, queda mayormente desactivada.
Por otro lado, no creemos ni por un
instante que los escritores tengan que expresar sus emociones con claridad. De
hecho, la falta de claridad puede ser un recurso literario. En el chat, en
cambio, origina con frecuencia roces, y cada tanto una riña.
Me apuntaba un amigo que antes, en
las cartas y postales, no usábamos emoticones. Exacto, no los usábamos. Pasado.
Hoy lo haríamos, si todavía enviáramos cartas de papel y postales de cartón.
Los empleamos constantemente en las notas que dejamos pegadas en la heladera o
la pantalla de un colega.
Además, ¿tanto trabajo cuesta ver
el chat como lo que es? Es un diálogo, no una carta ni una postal;
incluso como diálogo es algo completamente nuevo, con sus propias reglas y una
dinámica única.
Todas estas cosas las vio, en un instante
genial, Scott Fehlman, a quien le escribí el martes para desearle feliz
cumpleaños ;) y para preguntarle qué sentía, después de tres décadas de esta
invención que él tiene por modesta, pero que hoy es universal. Me respondió:
"Luego de 30 años es todavía una sorpresa para mí que esta pequeña idea
haya sobrevivido tanto. Es tan fácil hoy enviar una foto o un video, si querés
sonreírle a alguien. Pero me imagino que el emoticón se ha convertido en parte
de nuestro lenguaje, y podría sobrevivir durante tanto tiempo como sigamos
enviando mensajes de texto".
Sabias palabras. Con todo, 30 años
de emoticones parecen no ser suficientes para que todo el mundo incorpore este
lenguaje de ideogramas emocionales. Observe.
Una de las costumbres más
irritantes que existen en cualquier forma de diálogo textual (Messenger,
Nimbuzz, Whatsapp, Skype, Facebook, Google Talk, SMS) es la de no usar
emoticones. Pueden debatir hasta mañana si son importantes, pero si le mandás
un SMS a tu mujer diciéndole:
Vamos al cine hoy?
Y te responde:
No tengo ganas de salir
Te vas a pasar las próximas cinco
horas pensando qué metida de pata te mandaste. Tu respuesta emocional será
diametralmente opuesta, si te escribe:
No tengo ganas de salir ;)
Así que no sé si son importantes,
pero estoy seguro de que no son opcionales.
El que se abstiene de los
emoticones vive causando tensión en su interlocutor. Es la clase de persona que
te hace sentir todo el tiempo que está enojada. Después de veinte minutos de un
intercambio sin sonrisas ni guiños, intentás indagar un poquito. Para qué. Es
peor el remedio que la enfermedad. A la pregunta de si está todo bien
responderá con un “Sí” tan seco que sólo servirá para confirmar tus sospechas.
En general, incurre en la falta de
emoticones el recién llegado a la mensajería instantánea. No hay mal humor ni
intención aviesa. Sólo ocurre que todavía no le tomó la mano a los emoticones.”
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Fragmento de la columna “El
hombre que nos enseñó a sonreír”, de Ariel Torres
publicada en el diario La
Nación, edición del sábado 22 de septiembre de 2012