lunes, 20 de mayo de 2013

ENTRE LA RACIONALIDAD Y EL ABISMO



Publicado en diari El Tribuno,
Salta, el 8 de mayo del 2013

            ¿Temor o pesimismo? La Justicia, entendida como un ámbito concreto donde habitantes y jueces interactúan para solucionar conflictos, bajo reglas conocidas y aceptadas por todos, parecer navegar hacia el abismo, a naufragar junto a todo un sistema de derechos y garantías que tiene más de un siglo y medio de vigencia en Argentina. Otro sistema, desconocido y no consensuado será su reemplazante.
            En mayo de 2005 el Presidente de la Nación Néstor Kirchner criticó públicamente una decisión de la Cámara del Crimen de la Capital en la causa Cromañon,  calificándola como “una bofetada para la sociedad argentina”.  La intromisión del Poder Ejecutivo en el ámbito del Poder Judicial resultaba inédita y sorprendente.  Fue la primera vez que se visualizó una fuerte presión del poder político sobre la Justicia nacional. Después se volvió una costumbre aceptada y en el gobierno de Cristina Kirchner  esa costumbre adquirió virulencia. En 2010 ya vociferaba en contra de los “jueces alquilados”.
            Comenzó entonces a evidenciarse que la administración de justicia era uno de los próximos objetivos del Ejecutivo, embarcado ya sin retorno en el “Vamos por Todo”.  Ahora le llegó el tiempo. So pretexto de democratizarla, esta semana la sanción de una ley  permitirá manejar al sistema judicial argentino desde la órbita del Poder Ejecutivo.  El proyecto de modificación de la Ley del Consejo de la Magistratura, uno de los seis enviados al Congreso, está groseramente diseñado para lograr ese único objetivo. 
            Sus malformaciones constitucionales son varias, al punto que resulta difícilmente defendible hasta para el oficialismo. La escandalosa votación, con abracadabra incluida, que sucedió en Diputados lo puso en evidencia. Las fisuras jurídicas del proyecto son conocidas y compartidas por académicos y juristas. Pero el avance continúa; al fin de cuentas, hay que  ir por todo y el cristinismo nunca se fijó en costos.
            Aunque ahora será más grave, con una inútil victoria pírrica.
            Si se sanciona la reforma del Consejo, el Poder Judicial Nación desaparecerá como poder del estado. También desaparecerá su característica plural, su naturaleza de magistratura integradora, cuyos  mienbros  provienen de diferentes ideologías políticas, de distintos credos y orígenes étnicos, con diferentes edades y posición social. Es decir desaparecerá esa diversidad de la cual se nutre su independencia.
            Hay alrededor de novecientos jueces nacionales, la mayoría intachables y de nombres desconocidos, magistrados escandalosos son sólo media docena.
             Por esa razón los legisladores no debieron tomar la parte por el todo. En el Senado, si no hay racionalidad  al momento de convertir el proyecto en ley, ésta puede ser un pasaporte a lo desconocido, porque su muerte está anunciada.
            Ya es del dominio público la enorme cantidad de inconstitucionalidades prontas a ser presentadas si este proyecto de reformar el Consejo de la Magistratura se convierte en ley, alterando sustancialmente derechos establecidos en la Constitución desde 1853. Una marea que se extenderá a lo largo y a lo ancho del país, y cuyos fallos dirán lo que ya puede  pronosticarse con buena certeza. Los reparos se fundan en que el proyecto establece una cruda politización partidaria de los consejeros y que además es un indisimulable cepo porque impide una participación libre y abierta. La votación popular para elegir a los representantes de jueces, académicos y abogados deberá coincidir con elecciones generales y esos candidatos a representantes deberán integrar la lista de algún partido que tenga inscripta la misma lista, con igual composición, en por lo menos 18 provincias. Únicamente el Frente para la Victoria puede sortear este cepo electoral, que nisiquiera existe para ser candidato a Presidente de la Nación, candidatura que necesita habilitación sólo en cinco provincias.
            De sancionarse la ley de reforma al Consejo será una victoria legislativa que solo durará hasta el momento en que la Corte Suprema resuelva definitivamente sobre las acciones de inconstitucionalidad.  Ese fallo seguramente no habrá de darle la razón al Gobierno ni a los legisladores. Las falencias del proyecto ya han sido explicadas a la ciudadanía por  juristas respetables. La declaración de Naciones Unidas sobre la reforma judicial  argentina, emitida por la Relatoría Especial para la Independencia de Magistrados y Abogados en el Mundo, hizo suyos esos argumentos. Difícilmente la Corte los contraríe.
            La incógnita es saber si la Presidenta acatará el fallo. Seguramente no, ya hay antecedentes de desobediencia a fallos del Alto Tribunal, muchos jubilados pueden dar testimonio de ello. El cristinismo siempre ha estado por encima de las instituciones.
            Se avizora entonces un conflicto de poderes. No es casual que Eugenio Zaffaroni, el ministro de Corte más afín al gobierno, se ausente del país para dar clases en Italia durante un mes.
            De producirse, el rumbo que tomará el conflicto tiene algunos indicios en la Carta que el 25 de agosto del año pasado publicó el grupo Carta Abierta, afín al gobierno. “¿Cómo no reconocer que Argentina necesita una nueva Constitución?”  afirmaban, agregando que debía ser una  “Constitución de última generación  … Un nuevo cuerpo normativo, realizado y sostenido por un sujeto constituyente popular cuyo  mandato se cuece en un intenso debate democrático y masivo, en algún caso entremezclado con innovaciones más sensibles de las formas de representación”. El que quiera entender, que entienda.
             Las consecuencias de convertir en ley el cuestionado proyecto, cosa que podría suceder en la sesión del 8 de mayo en el Senado,  colocarán a la República dentro de un muy grave escenario.
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