Publicado en el diario El Tribuno,
Salta, 20 de marzo del 2013
Era el día de la solemnidad de San José y por eso
mismo, el Papa hizo de la vida y temperamento del padre de Jesucristo, un
espejo en el cual pudiera mirarse cada persona en el mundo; tal sería la
síntesis de la homilía del Santo Padre en la Misa de Asunción al pontificado.
Pero también puede estar teñida de alguna subjetividad de mi parte, por ser
argentino y exalumno jesuita, simultáneamente.
Condición que me obligó a reparar que el inicio de la
alocución transita tres tramos
diferentes; inicia saludando con afecto a miembros y jerarquías del clero y a
los fieles laicos. El segundo agradece la presencia de representes de otras
iglesias, comunidades eclesiales y religiosas y en el cual no resulta un dato
menor nombrar a los representantes de los hermanos mayores en la Fé, la comunidad
judía, de manera expresa.
Finalmente dirige un cordial saludo a los jefes de
estado, de gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y
al Cuerpo Diplomático; o sea, las cabezas visibles del poder temporal de
buena parte del mundo.
A todos les solicita por igual el cumplimiento de un
mismo deber, el de custodiar los dones de Dios.
“Custodia” y “custodiar” son el leit motiv de la
homilía; al poder temporal, “todos los que ocupan puestos de responsabilidad en
el ámbito económico, político o social”, les requiere custodiar el medio ambiente, la naturaleza,
evitar la destrucción y la muerte; les
pide no olvidar que el verdadero poder es el servicio, hecho con humildad, discreción y en forma constante, atendiendo especialmente a los más pobres,
los más débiles y los más pequeños. Custodiar es un concepto que significa
conservar, proteger pero también vigilar y defender, y reclamo no se agota con
quienes ejercen el poder temporal y con las jerarquías eclesiales, el Papa
Francisco se lo pide también a toda la humanidad, “a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad”.
Resulta destacable la claridad del mandato: cuidar de
los hombres y cuidar de la Tierra es un servicio que no sólo atañe a los
cristianos sino que por su dimensión corresponde a todos, sin excepción: “En el
fondo, todo está confiado a la custodia del hombre y es una responsabilidad que
nos afecta a todos.”
Claridad posee también su insistencia en custodiarse
a si mismo del odio, la envidia y la soberbia; tanto como preocuparse por el prójimo, “especialmente por
los niños y los ancianos, quienes son más frágiles y que, a menudo, se quedan
en la periferia de nuestro corazón.”
Tal vez haya
insinuado poner en valor el “amar al
prójimo como a ti mismo” en lugar del
actual “ama los bienes como a ti mismo”. La rústica chimenea con bonete, que
hipnotizó al mundo antes de la ansiada nubecilla blanca, pienso que es una justa
metáfora visual de las palabras de Su Santidad.