"Buenos Aires es mi ciudad, nada me daría más placer que gobernarla" le decía a un matutino porteño Fernando Pino Solanas, en la primera semana de este mes de abril. La semana siguiente, disconforme con los resultados electorales en la provincia, usó a Salta como chivo expiatorio para expresar sus propias frustraciones y al hacerlo desnudó, entre otras cosas, su pensamiento centralista y unitario. Aclaró en esa entrevista que "por ahora" es candidato a presidente; evidentemente no tiene claro que un presidente lo es de todos los argentinos y no debe por más de una razón, darse el lujo de descalificar del modo que lo hizo a todos los integrantes de una región, de una provincia o de una clase socioeconómica. El sentido común, la razonabilidad política, el respeto debido a todos los habitantes, hacen impensable que pueda existir alguna vez un presidente de la Nación que afirme que en su gestión de gobierno existan ciudadanos menos iguales que otros.
Después de las elecciones del pasado domingo, Solanas manifestó que la provincia “tiene una baja calidad de votos”, explicando de esa manera la distribución de las preferencias políticas del electorado salteño. Como seguramente no estaba valorando el papel utilizados para las boletas en las que se emitieron los votos, lo de baja calidad resultaba ser su calificación que adjudicaba a los votantes salteños, pero omitiendo indicar parámetros de lo que debe ser una “excelente calidad” con los cuales comparar el voto. Su frustración y visceral unitarismo afloró a través del canal de noticias C5N ante el cual expresó que "las provincias más pobres no tiene una gran calidad de voto"; Infobae.com -del mismo grupo empresarial- puso en boca de Solanas una versión levente diferente: "los pobres tienen voto de baja calidad".
No importa cual fuese la variante de las expresiones del dirigente, son reprochables por el contenido claramente discriminatorio, y no por los pobres, ya que pudo haber dicho lo mismo de los gorilas, los cabecitas negras o los pajueranos. Lo grave del acto reside en rechazar un resultado electoral apelando a la discriminación, a la humillación, en lugar de aceptar los resultados con altura o, en su caso, utilizar los mecanismos que las leyes electorales ponen en manos de los interesados.
Mostró en cambio que su visión de la política, del país y de sí mismo es soberbia, centralista y unitaria.
Tal rigidez de pensamiento, por otra parte, resulta impropia de un político de primera línea, que alguien que debe liderar tanto la búsqueda del triunfo en la lid electoral como en el consenso y entendimiento con quienes piensan diferente, que deben ser respetados por un principio de igualdad ante la ley. Solanas por lo visto promueve el odio, la humillación, la descalificación y la violencia conceptual, disvalores que le adjudica al gobierno nacional, sin ruborizarse por incurrir él en idénticas conductas.
Practica a su vez ese unitarismo disfrazado, el mismo que denuncia como ejercido en exclusiva por el ejecutivo nacional. Pero ambas filosofías resultan similares: unitarias hasta la médula en lo concerniente a la mirada sobre la realidad argentina, y usan –ambos- la palabra federal para maquillar sus concepciones, el uno las de gestión gubernamental, el otro las de oposición devenida en “humilla-pobres”.
Si el filósofo busca con sus reflexiones acercarse a la verdad, el intelectual tiene como obligado objetivo interpretar correctamente la realidad. Si Pino Solanas ha dado una mala lección de política con sus expresiones, éstas también lo reprueban como intelectual porque ha confesado tener una equivocada interpretación de la realidad argentina, en especial de la
periferia nacional, en lo que hace a su material humano, a su sensibilidad social y a sus manifestaciones electorales.
Sucesos así no son por cierto novedad para el norte profundo, esos territorios que formaban la Intendencia de Salta del Tucumán en la época de la colonia. Pero que en pleno Siglo 21 existan líderes políticos que expresen su menosprecio en relación al interior por cualquiera razón que fuese resulta, cuando menos, un síntoma grave.
Armando J. Frezze
(Publicado en diario El Tribuno, Salta el 16 de abril de 2011)
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