El concepto "ciudadano de segunda", aun sin definirlo de manera explícita resulta de comprensión fácil y revela de inmediato que existen también necesarios ciudadanos de primera, es decir aquellos que tienen en determinadas circunstancias mayores derechos que los otros.
En Salta existe esa dicotomía, en tanto de cuestiones de tránsito se trate. Los ciudadanos de primera están eximidos de cumplir normas y reglamentaciones; se los distingue claramente porque circulan montados en bicicletas. No importa la clase social, su situación económica ni el costo del velocípedo, sea nacional o importado; lo que los diferencia y caracteriza es que tienen mejores derechos. Por ejemplo: a diferencia del resto, a los conductores de bicicletas les está permitido circular a contramano, siendo las indicaciones de los semáforos meramente optativas para ellos. No tienen restricciones de edad ni de lugares: con seis o siete años ya se trasladan por calles y avenidas de tránsito complejo; tampoco están obligados a portar espejo retrovisor, para saber que ocurre detrás, les basta con torcer el cuello. (Sólo en verano; durante el invierno los abrigos les impiden todo movimiento y conducen por instinto.) Sus bicicletas de paseo las transforman en vehículos de carga y de transporte; así lo que fue diseñado para una persona transporta, dos, tres o más, o se metamorfosea en un verdadero utilitario de tracción a sangre. Circulan lentamente y lo hacen por la izquierda, que es la mano rápida, pero también por el medio y por la derecha, indistintamente. Tienen amplia libertad y les resulta indiferente, en el tránsito nocturno, tener o no luces de posición u ojos de gato.
Aprovechan el pavimento y se benefician con el alumbrado público y con estacionamientos municipales, pero, a diferencia de los ciudadanos de segunda, no deben abonar tasa alguna por esos servicios. Naturalmente, poseen un elevado umbral de bajas por accidentes viales, pero como existe una natural simpatía por parte de la justicia hacia ellos, generalmente ganan todas las demandas patrimoniales que por ese motivo inician contra los ciudadanos de segunda.
Se cuenta que, cuando esporádicamente conducen automotores, se comportan del mismo modo, pero este fenómeno no se encuentra comprobado de forma acabada. Seguramente debe ser un infundio que, envidiosos, echaron a rodar los ciudadanos de segunda.
Ahora su radio de acción se ha extendido a las semiautopistas o vías rápidas. Valga como ejemplo la autopista del Oeste, que tiene como complemento una amplía ciclovía. Los paseantes, muchas veces con vestimenta deportiva, cascos y velocípedos importados de alta gama, circulan por donde la señalización vial lo prohíbe: por la calzada de la autopista, menospreciando la seguridad de la ciclovía y poniendo en riesgo su vida. Su condición de ciudadanos de primera se lo permite.
Armando J. Frezze
Actualización de la versión original publicada el 14 de febrero del 2003 en el diario El Tribuno, de Salta.
Fotografía del Autor
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