Antonio Requeni advertía hace algunos años sobre una curiosa modalidad del lenguaje policial argentino, reflexión que le había provocado el escuchar entrevistas y notas que irradiaban las radios y la TV en cuestiones de crónica policial. Esa modalidad consistía en la supresión del pasado. “Un ejemplo cotidiano de la omisión del pasado lo brinda la Policía Federal, a la que parece habérsele impartido la orden de relatar los hechos siempre en tiempo presente” indicaba Requeni; su aserción resulta verdadera también si se hace extensiva a Salta: al escuchar el relato de un suceso policial efectuado ante los medios por el oficial a cargo, se percibe que el uso de verbos en tiempo pasado aparece como contraindicada o policialmente incorrecta. El malhechor golpea, huye o hace fuego siempre en tiempo presente, aunque lo narrado haya ocurrido diez o veinte horas antes, difícilmente se escuche decir “golpeó”, “huyó” o “hizo fuego”. Esa peculiar modalidad, autorizada sólo para los titulares de los diarios (“Pide el Papa que ...” en lugar de “pidió”, “Viaja la Presidente a … en lugar de “viajó a”) descubre también otra curiosidad del lenguaje policial: existen en él malas palabras, cuyo uso está prohibido y hacerlo es quebrantar un tabú no escrito pero tabú al fin. La disciplina es firme y tales malas palabras no son pronunciadas jamás por parte del personal policial, al menos en funciones y sobre todo en explicaciones dadas a la prensa para ser publicadas o puestas al aire.
¿Un ejemplo de malas palabras?: los vocablos “hombre” y “mujer”; en lenguaje policial el hecho podrá haber sido cometido “por dos masculinos y un femenino”, femenino al cual se le antepone el artículo indeterminado de género masculino “un”, a partir del cual el tal femenino parece que es un masculino.
Otra palabra tabú es el verbo “escapar”. Podrá “darse a la fuga” o intentarlo, o algunas oportunidades el hecho consistirá en “ponerse en fuga”. Pero escapar, sencillamente escaparse, o huir, serán palabras que jamás se pronunciarán por parte de los uniformados. Otro mala palabra -aunque de modo relativo- es “espalda”. La espalda sirve para recibir un golpe, ser apuñalado o presentar un orificio de salida -o de entrada según el caso- respecto de un proyectil de arma de fuego. Pero no para ser encontrado “tirado de espalda” o yaciendo “de espaldas”. En tales casos resulta imperativo el “decúbito dorsal”, aunque la mayoría de los televidentes ignore que la voz “decúbito” refiere a la posición del cuerpo humano tendido sobre un plano horizontal. Y se omite, con intención o sin ella, el decúbito supino. A propósito, dorsal deriva de dorso y éste quiere decir ... espalda. Otras veces la palabra impronunciable, irrepetible, deja de serlo si tiene buena compañía. Por ejemplo las voces “requisa”, o “mañana” o “noche”. La primera es permitida siempre que sea acompañada de “minuciosa”. Jamás requisa a secas. Por su parte los sucesos acaecidos en horario nocturno lo son “en horas de la noche”, nunca de noche, en la noche, simple noche. Vale esto para las palabras mañana y tarde. “Negativo”, “afirmativo”, “iniciar la persecución” en lugar del sencillo perseguir. La casuística es extensa.
Pero sólo se quiere ahora reflexionar sobre la curiosa existencia de un “lenguaje policial” que está dirigido al público en general. La intención de estas cavilaciones es preguntarse que pasaría si la institución policial usara el mismo leguaje que la gente, su misma forma coloquial y no apelara a giros extraños, que marquen una diferencia, un afuera y un adentro. Un nosotros y un ellos. La policía es como nosotros y nosotros somos como ellos. Somos todos, simplemente, seres humanos. Posiblemente, de ocurrir ese cambió en el decir, la policía estaría más cerca de la gente y la gente comprendería mejor a la institución.
Dicen que hablando se entiende la gente. Es cierto, pero ello sucede sólo cuando se utiliza un mismo lenguaje.
Armando J. Frezze
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