sábado, 4 de diciembre de 2010

MIEDO A LA JUVENTUD


       


             Fueron creciendo casi juntos y paralelamente: la utilización de los mensajes de texto vía  celulares por un lado y por otro la crítica que se le hace a la juventud por las formas que adoptan los textos de sus mensajes, crítica que liderada por académicos, profesores de letras, de lengua, de literatura, es receptada por los medios, que  actuan como caja de resonancia: “Los chicos crean códigos incomprensibles”, titulaba un matutino porteño, contribuyendo con su leña, al fuego desatado que intenta devorar ese nuevo lenguaje. “Escriben como hablan” se enojaba un filólogo frente a un micrófono. Pero las admoniciones resultan ser superficiales y vanas. En primer lugar porque tienen un destinatario preciso: la juventud, a la que colocan gratuitamente en el lugar de los “malos” mientras que el emisor del mensaje es, obviamente, el bueno; en segundo lugar porque lo críticos –al ser generalmente superflua la crítica- pasan  por alto que todo lengua es un código, código que a cada ruido – ruido al que llamamos en catellano “palabra”- le asigna un significado. El que esta al tanto del código lo entiende, el que no, no. Así de sencillo. ¿El idioma ruso es inentendible? Puede ser, pero para los rusos no porque desde chiquitos se fueron poniendo al tanto de la codificación en uso allá en sus tierras.
Por otra parte todas las comunidades, todas,  tienen un lenguaje –el coloquial, el de todos los días, el del lugar- que está en permanente evolución y que empuja -cada tanto- a modificar las rígidas normas que gobiernan el lenguaje en las culturas que en su evolución ya llegaron al corset de la gramática. De manera que si la juventud se quiere comunicar entre si mediante un código que para ellos funciona y tiene significado, su conducta no debe merecer reparos ni criticas de los adultos. El uso de abreviaturas para comunicarse rápidamente no es nueva; para el lego escuchar QAM o QNH  nada significa pero para un piloto esas abreviaturas están preñadas de significados: la torre de control le responderá  con precisas indicaciones sobre la meteorología o la corrección a hacer en la regulación de su altímetro, ahorrando tiempo precioso a quienes tienen que concentrarse en el vuelo o en su control. Hoy el lenguaje informático asigna igual precisión a las abreviaturas .doc, .txt o .com y tampoco debemos olvidar las viejas simbologías, donde un icono como “1ª” reemplaza a toda una palabra y a sus siete letras, por comodidad
Santiago Kovadloff, quince años antes de incorporarse a la Academia Argentina de Letras y anticipándose dos décadas al inicio de esta hoy llamada “epidemia aberrante del leguaje” afirmaba que los adolescentes siempre han tenido su modo de hablar y que los adultos nunca dejaron de reconocerlo y de criticarlo, rechazo que ilustraba con eruditos  ejemplos de Platón, Herodes, Séneca y Richelieu, recordando que las censuras de los adultos no ha variado en centurias y alabando a aquellos pocos que habiendo sido alguna vez muy jóvenes, han tenido la delicadeza de no olvidarlo,  optando por la reflexión tolerante en lugar de almidonadas y superficiales valoraciones negativas. A estos pocos nunca les ha molestado que los jóvenes adopten conductas nuevas en el lenguaje, como hacen hoy, abandonando la connotación literal o manejando una jerga de palabras comprimidas. El Rey Juan Carlos afirmó en Rosario de Santa Fe en el 2004: “La lengua la hacen entre todos”. Y el veterano Rey no excluyó, en su afirmación, a nadie por razones de edad.
            Tal vez, solo tal vez, los juicios condenatorios de los adultos respecto de los juveniles “mensajitos,  pudieran ser expresiones de envidia  a juventud o de miedo a ser marginado por ella, o ambas cosas a la vez.  Probablemente, debieramos aplaudir que se animen a volar.
 
Armando J. Frezze

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